viernes, junio 30, 2006

Mi dulce Pelirroja




El sol ya no prendía en el cielo y horizonte no se distinguía del cielo oscuro. Las estrellas pendían del cielo acompañando a los despiertos y cantando nanas a los dormidos. Yo acechaba tras el cristal mirándola, con su mejilla apoyada en la almohada, llena de paz, sus rojos rizos caían suavemente en la cama, tan dormidos como ella. Observándola, con detenimiento, se podía adivinar que sueños rondaban su cabeza aquella noche, fruncía los labios y apretaba los ojos, poco después su rostro se relajaba y sonreía. Algo me empujó y abrí la ventana sin querer. Me asusté, no era mi intención entrar en la estancia. La habitación era rústica, los muebles de madera envejecida y la cabecera de la cama era un enrevesado metal que parecía oxidado en sus juntas.
Estaba preciosa, en su cama individual, su piel era rozada levemente por el camisón blanco y por una sábana que le tapaba las piernas. Quería ver aquellos muslos que se dibujaban bajo la sábana, quería rozarlos y meterme entre ellos, pero no podía, aquella leve sábana me lo impedía y me parecía la barrera más impenetrable del mundo, algo así como las murallas de Troya, yo que me he colado entre los finos huecos de los muros y por los rotos de los cristales ¿por qué no podía meterme entre sus piernas? Simplemente me daba miedo, si yo entraba allí ella no notaría nada fuera de lo común, pero es tan hermosa que nunca me permitiría el molestarla y menos aún aquella noche en la que todo estaba envuelto por la paz.
Rocé su brazo y su sedosa piel, me restregué con sus finos y amables dedos y rozándole toda la mano me metí en la burbuja que esta formaba en su palma. Me moví por su espalda y me interné en sus rizos y fingí estar en una montaña rusa, me paseé por su cuello y entonces caí. Me estaba paseando por su cuerpo sin el más mínimo miramiento. Ella estaba allí, impasible, sin saber que yo estaba fantaseando con ella.
Me acerqué con cuidado a su angelical rostro pálido, intenté adivinar de qué color tenía los ojos y pensé en unos ojos verdes esmeralda completamente acordes con su cabello y su rostro, acaricié sus párpados con cuidado bajándome de pestaña en pestaña, con cuidado para no entorpecer en su sueño. Fue entonces cuando reparé en ello, solo podría hacerlo una vez y esta tenía que serlo. Su nariz, recta, con porte, algo respingona y tan pálida como el resto de la piel, bajé poco a poco por ella, sin prisa alguna, con amor y al llegar a la aleta de esa esplendida nariz, entré y salí. Cuando salí ya no era el mismo, pero ella se había hecho de mi y yo de ella y ahora ella tiene algo que yo le dí y yo algo que me dio ella, volví encantando, por haber echo el amor con esa mujer.

miércoles, junio 21, 2006

corría

Corría. Todo el mundo aquel día vio a alguien correr, todos la vieron correr. Sobre sus tacones negros, sin perder ni el ritmo ni el equilibrio, con la frente perlada de sudor, la respiración entrecortada y una dolorosa punzada bajo las costillas desde una punta a otra de la ciudad corriendo sin parar, con el portafolios cogido bajo el brazo o en la mano, o pegado al pecho, pero siempre encima, como si custodiase un valioso tesoro.

En un momento dado se paró ante un edificio con una gran puerta de madrera, echó manos a sus rodillas y trató de coger aire, después levantó un poco la vista y apoyó las manos en las caderas, seguía respirando con dificultad, el pecho se le hinchaba y deshinchaba de forma exagerada. Atravesó el portón y se miró en el espejo del hall del edificio, recompuso su pelo y se recolocó el jersey y miró que los pantalones no tuvieran ninguna mancha. Sacó un pañuelo del bolsillo del abrigo y se secó el sudor, sacó la polvera del pequeño bolso y se retocó el maquillaje. Subió las escaleras hasta el primer piso, volvió a pararse ante una puerta de madera, esta vez más pequeña, pero con unas molduras de ebanista preciosas.

Llamó al timbre que sonó como dos notas de piano y diez segundos después una impecable secretaria la hizo pasar al interior de la oficina y la condujo a la sala de reuniones, donde había unas cinco personas alrededor de una mesa ovalada.

- Bienvenida Señora Expósito- la saludó Álvaro Del Valle señalándole una silla a su lado- la estábamos esperando.
- Siento el retraso- Se disculpó.
- No se preocupe- dijo el segundo de Del Valle, que estaba justo frente a ella- ha llegado usted elegantemente tarde, cinco minutos exactos. Comience con su presentación.
- ¿yo?- preguntó ella- la Señora Ibáñez ha llegado antes- alzó la mano en dirección a su compañera, que tenía una ligera cara de disgusto.
- Preferimos que empiece usted- contestó Del Valle- el respetable la atiende- le dedicó una cálida sonrisa.

Hizo su presentación, del portafolios salieron subcarpetas para toda la concurrencia con un breve resumen de la presentación, no se sabe como aparecieron diapositivas, montajes en 3D y sonidos relajantes. La Señora Ibáñez también hizo una buena presentación, pero le faltó ser amable, esa mujer bebió leche amarga de pequeña, seguro.

Del Valle y su segundo comunicaron que el proyecto elegido sería el de la Señora Expósito, nuestra corredora de fondo. Cuando la sala de juntas se despejó se dirigió hacía la Señora Ibáñez y le tendió la mano.
- lo siento- tu presentación era excelente. Rechazó su mano- cualquiera de las dos podría haber ganado.

La Señora Ibáñez se giró sobre sus talones y comenzó a andar hacía la puerta, nuestra corredora se puso a su nivel acompañándola a la puerta.

- Las ventanas dejan ver lo que pasa fuera, te pasaré la factura de mis cuatro ruedas, te pasaría la del taxi, pero no había ninguno disponible.

La Señora Ibáñez se quedó parada, muda y roja de rabia. Nuestra protagonista salió por la puerta con una fabulosa sonrisa de satisfacción.

domingo, junio 11, 2006

Frío

Te susurro esto al oído mientras duermes, para que sepas que es lo que sentía, quizá arroje un poco de luz a tu vida. Si te entristeces después de esto no es por mí, es por ti, que te sientes sin mí, yo estoy bien.


Aquella mañana de Noviembre hacía un frío espantoso, en la calle no veía un alma, la lluvia había metido a todos en sus casas o a coger los coches. Yo estaba en la cama, sola, para variar, helada de frío, pero no era un frío exterior. Las sábanas tenían la calidez de mi cuerpo, era el interior lo que me quemaba de frío.
No tenía en mente levantarme, me quedaría entre las sábanas a ver si este frío espantoso que tenía instalado en mi interior se aburría de mí y se esfumaba. Al rato, quizá sólo a la segunda vuelta, no sé, me levanté, un buen desayuno no me vendría mal, supuse.
Leche caliente que me tomé de un trago, maldita costumbre que me habían hecho adoptar las prisas matutinas que siempre llevaba. ¿Me meto otra vez en la cama? Al final fui al salón con una manta, música, un libro, ahora si es verdad que nadie me movería de allí.
Estaba a gusto, relajada, uno de esos momentos perfectos, si no fuera por ese frío que me estaba congelando el alma.
Al final, me quedé dormida con Bécquer entre mis manos, hacía un mes que no dormía bien.
Salté del sofá cuando oí el molesto timbre del portero, para una puta vez que me duermo, pensé.
- ¿Quién?- Pregunté.
- Publicidad- me contestó a través de portero con voz de metal.
- Ahí hay un buzón para la publicidad- dije irritada, todavía sentía, pobre chico, no tenía la culpa de haberme despertado- ¿por qué coño toca?- debería haberme lavado la lengua con un estropajo de nanas, como hizo mi madre en cierta ocasión.
- Lo siento- dijo realmente asustado- No lo había visto.
- Si... te pondré un cartelito luminoso.
- Dis... - colgué, pero ya no estaba enfadada, indiferencia, quizá.

Volví al sofá helada por dentro y por fuera. Ya no tenía ganas de leer, quité la música y puse la tele. Una pena que no fuera domingo, me hubiera dormido con la misa de “la dos”, otra mala costumbre culpa de mi madre, que se empeñaba en quitarme el club disney. Aún así, con los gritos del programa de cotilleo de turno, volví a quedarme dormida.

zzz

Andaba por la nieve, con los pies quemados por el frío, gritaba su nombre, no sabía el que quién, pero era su nombre, ella no se oía, sabía que hablaba porque le dolía la garganta, no sabía si se había quedado sorda o muda, entonces el frío exterior se fue. Una oficina, el termostato marcaba 30 grados centígrados, pero ella seguía helada. Gritó su nombre otra vez, pero de su boca no salía su nombre “Más dinero” era lo que su voz reproducía, volvió a gritar, “Más dinero”, se estaba volviendo loca.

zzz

Me arrancaste de ese sueño cogiéndome por los hombros y llamándome por mi nombre.
- Niña ¿por qué chillas?- dijiste- ¿una pesadilla?
- No sé- dije a media voz, no me había afectado.

Me abrazaste y me meciste un poco, acariciándome el pelo, me sentó tan bien aquello... por un instante creía que el frío se había ido, pero seguía allí instalado, como la enfermedad crónica que era.
- Me he encontrado un repartidor ahí abajo. Hablaba con uno de esos de publicidad, el chico decía “Tiene una mala hostia... mejor no toques” y el repartidor al verme preguntó por ti y si te podía dejar lo que traía, le dije que venía aquí, que te lo daría con gusto- ¿Recuerdas lo bonitas que eran las flores? Yo no las aprecié, fue todo un detalle que las pusieras en un jarrón y las dejaras sobre la mesita del salón- ¿qué le habrás dicho al chico de la publicidad?
- Que no tocara, coño.
- Esa boca...
- Lo siento- mentira, no sentía nada- ¿cómo has entrado?
- Dijiste que ibas a nadar, que te trajera la pechuga de pollo para la cena y me dejaste la llave.
- ¡Puf! Este puto insomnio me está matando.

No tenía yo el cuerpo para ir a nadar, la verdad, ni siquiera me molesté en saber de quién eran las flores, ni siquiera agradecí el detalle.
- No tienen nombre- dijiste al rato.
- ¿Qué?- no estaba para nada.
- Las flores, que no tienen nombre, pero sí tarjeta- la leíste en voz alta- “No hay barreras y si las hay no son infranqueables”, niña, un admirador secreto.

Reí, no sé por qué, no tenía ganas, pero la posibilidad de un admirador secreto me parecía tan disparatada... ¿quién querría a una escritorcilla helada por dentro? No creo que hubiera alguien tan loco como para eso.
- ¿No tienes ni idea de quién puede ser?- preguntaste.
- No ¿Gustavo Adolfo Domínguez Bastida? Sería lo mejor.
- Si no hubiera muerto en 1870... Alguien habrá por ahí aparte de Bécquer.
- Ni mi madre me manda flores y menos con esos mensajes tan profundos.
- Entonces es un admirador.

Aquel frío me congelaba las entrañas, creo que mi corazón empezó a latir más lento. Dejé de pensar en las flores y en ese supuesto admirador. Quería sacarme aquel frío de dentro.
Me quedé sola, preparando la cena para mi editor, ni siquiera me molesté en comer. Mientras cortaba los taquitos de pechuga me corté en un dedo, un corte bastante profundo que ni noté, me di cuenta cuando vi toda la sangre brotando de la brecha ¿qué me estaba pasando? Era una roca.
Cené con el editor, casi todo negocios, normalmente esto me ponía enferma, comerciar con mis palabras era absolutamente asqueante, si pudiera haber vivido de otra cosa hubiera publicado por placer, sin dinero, pero esta vez me era indiferente. Una roca.
Me llamó mi ex, ni siquiera me puse borde, él se enfadó porque no le hacía caso, ni siquiera un simple “ya sé porqué le dejé” al colgar. Una roca, me empezaba a preocupar.
Me acosté a dar vueltas, no dormí, tampoco me importó, me levanté a las 6, intenté trabajar. A las 10 sonó el teléfono.
- ¿Te han gustado las flores?- dijo la voz al otro lado del teléfono.
- Si- mentí, no es que no me gustasen, eran preciosas, pero yo no las aprecié-. ¿Quién eres?
- Es normal que no me reconozcas, la última vez que hablamos teníamos 12 años. La Granja escuela, nunca reconocí que me gustabas, dabas miedo cuando alguien te decía que le gustabas a otro...
- Ah- Mi primer amor, no me sorprendí, llevaba 10 años esperando aquella llamada y no me sorprendí.
- ¿Te acuerdas?
- Si- indiferencia total- ¿cómo sabes mi teléfono?
- Vi tu entrevista en la revista literaria de un amigo mío y no pude evitar pedirle tus señas.
- Pensaba que esas cosas eran confidenciales... así acabó John Lennon.
- ¿Qué tal si quedamos y nos reencontramos?
- Reencontrarnos, sí- Una roca.
- Te recojo en tu portal a las 9 ¿te parece?
- Me parece- pobre... ¿qué idea se llevaría de mí?


zzz

Me puse el vestido negro, supuestamente era el que mejor me sentaba, te llamé para decirte que salía, no te conté nada, lo siento.
Fue una cena estupenda, todo riquísimo, hablamos muchísimo, pero a mi no me importó demasiado, aquel frío seguía instalado en mi y ya me había congelado el corazón, así descubrí que era una roca de hielo. Desde los 12 años había evolucionado de una manera perfecta, culto, amable, tolerante, lo tenía todo y yo no supe verlo. Al llegar a casa le dije que subiera, que se tomara una copa, nos tomamos una, nos tomamos otra, nos tomamos el uno al otro y el otro al uno, de forma inesperada y urgente, como si uno de los fuera a morir con el alba, no sé si él lo había adivinado, yo no tenía ni idea. Mientras nos tomábamos sentía una sensación extraña, el calor de su cuerpo el frío de mi alma, al terminar el frío se fue, me dio un beso en la frente y el frío volvió más frío que nunca, después se esfumó para siempre.
No sé dónde estoy, tampoco me importa, me siento bien, no siento frío y duermo apaciblemente, solo sé que las rocas no tienen alma y yo era una roca, el frío no se cansó de mí, mi alma sí. Recuérdame como el alma que fui y no como la roca en que me convertí.