jueves, julio 20, 2006

Orilla

Andaba por la orilla del mar, el agua lamía sus pies y el frío hacía que una corriente eléctrica le recorriera toda la espalda. Respiraba hondo para que el olor a salitre se le metiera hasta las entrañas, caminar, caminar. El sol caía sobre su espalda, como unas manos expertas que redondeaban sus músculos y sus profundos ojos azules parecían reflejar el cielo, sus ojos de mar, el se dedicaba a caminar, caminar.
Se metió en agua hasta las rodillas, colocó sus manos en su cintura e hinchó su tórax, tras esa pequeña comunión con el mar, mostrándole respeto y admiración, se adentró un poco más en el agua y finalmente se zambulló, y entonces el mar y él fueron uno. La sal besaba su piel, el agua abrazaba su cuerpo, él dejó de ser hombre y fue mar. Vacío de aire se lamentó por no tener branquias y salió a la superficie, a llenar sus inútiles pulmones, que no pueden filtrar el oxígeno del mar. Tras repetir varias veces su comunión con el mar, aspirando su aroma a sal, volvió al que ahora parecía su medio natural. El sol taladraba las cristalinas aguas y dibujaba hondas brillantes en su cuerpo, que le hacían parecer un tritón dorado. Acarició el mar con toda su piel y volvió a salir, lamió sus labios para recoger el sabor del mar y fue hacia la orilla, donde la arena estaba seca, se sentó, dejando, otra vez, que el agua lamiera sus pies, la brisa le besó la cara aún mojada y el él sonrió.