martes, mayo 08, 2007

Muerte Lenta

Bebía té frío a tragos largos y resoplaba con frecuencia, una finisima camiseta verde de tirantas le cubría la espalda y empezaba a empaparse de sudor, el pelo recogido en un improvisado moño y en la mesa de al lado un ventilador que sólo movía aire caliente, le pegaba una olivetti negra que aporrear, pero en su lugar había un sobremesa y un teclado, también negro, sobre el que tecleaba suavemente. Se separó del aparato que le iluminaba las gotas de sudor de la nariz y me miró.

- Tengo un millón de inicios y ningún final.
- No te desesperes- le dije-, al menos ya tienes algo.

Me sonrió desde el otro lado de la habitación y siguió mirando a la pantalla, hacía rato que no tecleaba, miraba la pureza de un .doc en blanco sin saber como rellenarlo, con el ceño fruncido. Habían pasado los días en los que no se dirigía a mi mientras estaba sentada en la silla giratoria negra, se entusiasmaba y las teclas casi parecían una timbalada, claro que lo parecerían mucho más con la olivetti de mi fantasía, pero en aquellos días el furor recorría sus ojos y después se tranformaba en expectación pueril cuando imprimía y me pedía que leyera, ya han pasado aquellos días. Quizá debiera alegrarme, porque ya no me echa cuando me acerco a besarle el cuello, pero no puedo, esta falta de letras se le agarra al pecho, como una pulmonía y le provoca fiebres que le hacen delirar, llora, grita, se desploma, se me muere poquito a poco.