domingo, abril 23, 2006

Nuestro rincón secreto

Paseaba con una pastosa parsimonia, por aquella ciudad húmeda y empedrada. Acariciaba de forma cariñosa algunas piedras de la pared, intentando capturar con sus dedos los años de historia, respirando hondo, saboreando aquella ciudad, que se metió en su corazón años atrás. No había nacido allí, pero se sentía más a gusto que en su lugar natal, quizá porque la primera vez que esa ciudad se alzó ante ella nada era nuevo, era un reencuentro con un pasado desconocido. Pero muy a su pesar todavía no había descubierto todos los lugares hermosos y recónditos que allí había, y por eso paseaba cada vez que el trabajo se lo permitía. Salía de casa y buscaba un nuevo lugar para escribir, un nuevo lugar para encontrar un sueño que reflejar en el papel del cuaderno, que siempre llevaba en un bolso que le llegaba a medio muslo.
Mientras andaba cerró los ojos un momento y dio un par de pasos más y entonces encontró el que sería nuestro lugar secreto. Una gran escalinata, en redondo, se alzaba ante ella y sin pensarlo un segundo alzó una pierna y subió el primer escalón y tras ese, el siguiente. Puso la mano sobre la baranda de piedra enmohecida y continuó subiendo los peldaños con lentitud. Cuando llegó a la cúspide de aquella plaza distinguió con claridad la estatua de un ángel. La hiedra había empezado a trepar por la túnica de la majestuosa escultura, una escultura que parecía mirarla a los ojos, que parecía sonreírle.
Esa insolente estatua siempre engatusaba a los pocos visitantes que pasaban por allí. Es odiosa, pero a Mí también me cameló.

- Parece muy real ¿No es cierto?- Le pregunté.
- ¿Quién ha dicho eso?- Se volvió y extrañamente no estaba asustada.
- ¿Qué te hace pensar que soy alguien?
- La capacidad del lenguaje es una capacidad humana, teniendo en cuenta que con lo de “alguien” te refieras a un ser humano.
- ¿No te asusta hablar con alguien sin rostro?
- ¿Y tú? Que de rostro careces ¿NO te asusta hablar con alguien que lo tiene?
- ¿Quién piensas que soy?
- Claro está que la nada no eres, pues la nada no podría hablar, puesto que la nada es nada. Y tú algo pareces, al menos una voz.

Ella notaba sus manos inquietas, su corazón palpitante y sensible transmitiendo a su cabeza cosas que sus manos necesitaban escribir.
Y yo empecé a sentir lo que nunca había sentido y eso que yo pensaba haber sentido todo, pero quizá solo lo había vivido a través de los demás.

- ¿Me dirás que o quien eres?
- Quizá más tarde, cuando escribas lo que tú cuerpo te pide.

Ella sin preguntar como sabía lo que sentía, se sentó en un banco de la pequeña plaza y escribió, escribió durante horas. Se hizo de noche.

- Tengo que irme- se levantó- es difícil andar en la oscuridad.

Y empezó a andar hacía la escalinata.

- ¡No te vayas!- Me salió del interior como una súplica de enamorado al que él amante le huye de los brazos- Es peligrosa la calle a estas horas de la noche.
- Esto también es la calle.
- Pero sólo los puros de corazón pueden entrar en esta plaza. Siéntate otra vez yo te iluminaré.

Cuando se sentó notó un respaldo que no existía y notó el banco confortable, como si la piedra de la que estaba echo fuera de repente mullido y agradable como un colchón de plumas. Notó como de repente se podía apoyar en el aire como si fuera un pupitre y entonces el ambiente se iluminó, la plaza se encendió como si miles de velas flotaran en el aire, pero en el aire sólo había luz y calidez.
Ella se puso a escribir y me extrañó que siguiera sin preguntar cómo había hecho todo aquello, como esa magia se sucedía ante ella. Siguió escribiendo unas cuantas horas más y yo disfrutaba viéndola escribir.

- El sueño ha entrado en mí- dijo bostezando- ¿dónde voy a dormir?
- Recuéstate en el banco- Y ella me obedeció, notando como el banco se ensanchaba y algo, como una almohada imposible, le sujetaba la cabeza, apagué las luces- No te preocupes, no tendrás frío.

Y la envolví en lo que se puede llamar mi cuerpo y le di calor. En “mis brazos”, plácidamente se durmió e igualmente, por la mañana, despertó.

- Tienes los ojos verdes- me dijo.
- ¿Cómo? Si soy etéreo, carezco de ojos como los tuyos.
- Pues yo los veo con nitidez, verdes y preciosos, por cierto, casi tanto como tu voz. El pelo negro- y entonces noté sus dedos revolviéndome el pelo, que yo nunca había tenido-; la piel suave- y acarició mi rostro y me sorprendió sentir que era la piel.

Miré hacia abajo y allí estaba yo, no me imaginaba que si alguna vez tenía cuerpo humano sería un hombre ¿por qué no una mujer?

- Te diré quien soy.
- ¿Y quien eres?
- Soy todo y a la vez nada, soy el viento entre los árboles y soy la brisa que sale del mar, soy el beso y el mordisco, la despedida, el dolor, el amor, el encuentro, la felicidad, la pena, el pánico, el sol, la luna, la noche, el día. Soy el picor en tus manos.

Entonces ella me besó y ella entró en mi y yo en ella. Nos fundimos en uno solo y planeamos sobre las copas de los árboles y salimos del mar en forma de brisa, besamos, mordimos, nos despedimos, sentimos el dolor y el amor, el reencuentro, la felicidad, la pena, el pánico, el sol, la luna, la noche, el día. El picor de tus manos, fuimos inspiración.

lunes, abril 03, 2006

Gea, la gata, paseaba bajo mi pie desnudo, que pendía del sofá despreocupado mientras la otra pierna formaba un triángulo con el asiento. Yo sostenía un libro encima de mi pecho y apoyaba la cabeza sobre una pila de cojines. Una melodía de piano danzaba alegremente al salir por los altavoces del equipo de música. Gea seguía haciéndome cosquillas en el pie con su suave pelaje negro, yo dejé el libro y me incorporé en el sofá, poniendo ambos pies en el suelo, Gea rondaba mis piernas ronroneando cada vez más fuerte, algo quiere cuando se pone tan mimosa. Recogí mis piernas en ese sucedáneo de postura del loto y Gea se acomodó en el hueco de mis piernas y yo agradecí su gesto acariciándole entre los ojos, que ella cerraba. Entró en la habitación, con la carpeta en una mano y el maletín del portátil en la otra. Su traje gris marengo contrastaba con mi ancha y raída camiseta negra y mis pantalones amarillos de pijama.
Se quitó la chaqueta y puso la cabeza en mi pierna, acarició a Gea con una mano y yo empecé a acariciarle el pelo también a él. Dos animalitos desvalidos ronroneaban entre mis piernas. Él se irguió, paseó su nariz por mi mejilla y acercó su boca a mi oreja.
- Mmm, hueles a jazmín- susurró y yo reí.
- ¿siempre?- pregunté en un susurro también.
- Siempre- besó mi cuello y me abrazó suspirando- a veces creo que voy a llegar a casa- siguió susurrando- y me vas a tener todo lleno de flores y me vas a esperar aquí, desnudita, pero así, con la ropa vieja, sin arreglar, estas mucho mejor.
- Si, claro- susurros…-. Hay demasiada diferencia entre la chica playboy y la muchacha del gato.
- Prefiero a la muchacha del gato.

Su aliento recorría mi piel y me provocaba escalofríos que recorrían toda mi espalda. Me miró a los ojos y yo sentí que me convertía en algún material plástico parecido al magma. Besó mis labios y la fuerza de su beso me echó hacía atrás, obligándome a estirar las piernas. Gea saltó con un bufido. Le abracé con las piernas y… apaguen la luz y a dormir, y no se les ocurra espiar…