jueves, noviembre 09, 2006

Verdor

La palabra verdor nos recuerda a las praderas verdes colindantes con el cantábrico. Hierba fuerte de color verde, es entonces cuando comprendes la felicidad de las vacas al pastar. Pero yo conozco otro verdor, quizá menos intenso, pero igualmente hermoso.
Recuerdo todos mis viajes en autobús, siempre sola en los asientos, con la cortina cubriéndome la cara cuando no me quedaba más remedio que echarla, disfrutaba del verdor de mis tierras y tú dirás ¿qué puede haber verde en un desierto como Almería?
Almería es una región altamente montañosa, incluso su parte más occidental llega a formar parte del parque natural de Sierra Nevada y sus cumbres forman parte del parque nacional que recibe el mismo nombre.
Almería es verde-secano. Las zonas con dueño son lineales, lineal verde-olivo, lineal verde-almendro, gracias a este último se aumenta la paleta de colores en primavera todo se tiñe con el color rosa pálido, en verano todo es de un amarillento y melancólico cariz y en septiembre es extraordinariamente verde pistacho.
Almería es verde-esparto, esos matorrales que han servido desde tiempos inmemoriales para fabricar canastos e, incluso, alpargatas.
En las zonas cercanas a la costa, Almería es verde-palmito. Cuando llueve nace una fina hierbecilla verde intenso, como la asturiana, pero en un solo día de sol la finísima hierba se seca y se transforma en una hierba de color pajizo. Existe también el escenario de los western, con sus ondulaciones moldeadas por las lluvias torrenciales, con su color tierra claro, casi rosado, cuando la luz es la adecuada.
Almería es verde-pino en las zonas de alta montaña. Pinos con hoja de aguja, que caen al suelo, secas y crean un agradable colchón en el suelo, aunque si lo pruebas tendrás las agujas prendidas de la ropa durante años.
Almería también es marrón-tierra-cortafuegos porque es demasiado caro plantar en ellos encinas, que arden con más dificultad y son igual de efectivas.
Por desgracia Almería también es negra-incendio y esperanzadora blanca-pivote de reforestación.

martes, octubre 24, 2006

Adivina adivinanza

Es un baño de alientos,

De susurros suaves

En orejas vírgenes

Y vientres experimentados.

Es aire de segunda mano

Del que se vive dulcemente,

Es dependencia de manos,

De labios, de pechos, de cuellos,

Es muerte y resurrección

Que nos deja sin aliento

Y con un paño dulce,

Casi amniótico y protector,

Que nos envuelve

Y casi nos hace brillar.

Es fuerza sobrehumana

Instinto infrahumano

Naturaleza animal llena de razón.

viernes, octubre 20, 2006

Tú, tú, tú

Ruego disculpen la tardanza, pero he estado indispuesta debido a diferentes ocupaciones y para colmo se ha producido un bloqueo bastante molesto, así que tiraré de poemas. Espero que disfruten. Disculpen la mala calidad.

¿Qué le ha pasado a mi cabeza?
Ya no funciona,
ya no sirve para nada,
un bucle, una y otra vez el mismo pensamiento:
Tú, Tú, ¡TÚ!
pensar en ti no me ayuda,
me ayuda a no dormir recordando tu voz
a no comer pensando en el alimento de tu boca
a no llorar pensando en tu risa
a suspirar viendo como mi vida se escapa por ti.
Tú, Tú y otra vez Tú.
Y no terminas de salir de mi mente
y no terminas de entrar en mi vida.
Márchate de una vez,
déjame sola como estaba,
no necesito la compañía de un ser ausente
un ladrón de vidas.

jueves, julio 20, 2006

Orilla

Andaba por la orilla del mar, el agua lamía sus pies y el frío hacía que una corriente eléctrica le recorriera toda la espalda. Respiraba hondo para que el olor a salitre se le metiera hasta las entrañas, caminar, caminar. El sol caía sobre su espalda, como unas manos expertas que redondeaban sus músculos y sus profundos ojos azules parecían reflejar el cielo, sus ojos de mar, el se dedicaba a caminar, caminar.
Se metió en agua hasta las rodillas, colocó sus manos en su cintura e hinchó su tórax, tras esa pequeña comunión con el mar, mostrándole respeto y admiración, se adentró un poco más en el agua y finalmente se zambulló, y entonces el mar y él fueron uno. La sal besaba su piel, el agua abrazaba su cuerpo, él dejó de ser hombre y fue mar. Vacío de aire se lamentó por no tener branquias y salió a la superficie, a llenar sus inútiles pulmones, que no pueden filtrar el oxígeno del mar. Tras repetir varias veces su comunión con el mar, aspirando su aroma a sal, volvió al que ahora parecía su medio natural. El sol taladraba las cristalinas aguas y dibujaba hondas brillantes en su cuerpo, que le hacían parecer un tritón dorado. Acarició el mar con toda su piel y volvió a salir, lamió sus labios para recoger el sabor del mar y fue hacia la orilla, donde la arena estaba seca, se sentó, dejando, otra vez, que el agua lamiera sus pies, la brisa le besó la cara aún mojada y el él sonrió.

viernes, junio 30, 2006

Mi dulce Pelirroja




El sol ya no prendía en el cielo y horizonte no se distinguía del cielo oscuro. Las estrellas pendían del cielo acompañando a los despiertos y cantando nanas a los dormidos. Yo acechaba tras el cristal mirándola, con su mejilla apoyada en la almohada, llena de paz, sus rojos rizos caían suavemente en la cama, tan dormidos como ella. Observándola, con detenimiento, se podía adivinar que sueños rondaban su cabeza aquella noche, fruncía los labios y apretaba los ojos, poco después su rostro se relajaba y sonreía. Algo me empujó y abrí la ventana sin querer. Me asusté, no era mi intención entrar en la estancia. La habitación era rústica, los muebles de madera envejecida y la cabecera de la cama era un enrevesado metal que parecía oxidado en sus juntas.
Estaba preciosa, en su cama individual, su piel era rozada levemente por el camisón blanco y por una sábana que le tapaba las piernas. Quería ver aquellos muslos que se dibujaban bajo la sábana, quería rozarlos y meterme entre ellos, pero no podía, aquella leve sábana me lo impedía y me parecía la barrera más impenetrable del mundo, algo así como las murallas de Troya, yo que me he colado entre los finos huecos de los muros y por los rotos de los cristales ¿por qué no podía meterme entre sus piernas? Simplemente me daba miedo, si yo entraba allí ella no notaría nada fuera de lo común, pero es tan hermosa que nunca me permitiría el molestarla y menos aún aquella noche en la que todo estaba envuelto por la paz.
Rocé su brazo y su sedosa piel, me restregué con sus finos y amables dedos y rozándole toda la mano me metí en la burbuja que esta formaba en su palma. Me moví por su espalda y me interné en sus rizos y fingí estar en una montaña rusa, me paseé por su cuello y entonces caí. Me estaba paseando por su cuerpo sin el más mínimo miramiento. Ella estaba allí, impasible, sin saber que yo estaba fantaseando con ella.
Me acerqué con cuidado a su angelical rostro pálido, intenté adivinar de qué color tenía los ojos y pensé en unos ojos verdes esmeralda completamente acordes con su cabello y su rostro, acaricié sus párpados con cuidado bajándome de pestaña en pestaña, con cuidado para no entorpecer en su sueño. Fue entonces cuando reparé en ello, solo podría hacerlo una vez y esta tenía que serlo. Su nariz, recta, con porte, algo respingona y tan pálida como el resto de la piel, bajé poco a poco por ella, sin prisa alguna, con amor y al llegar a la aleta de esa esplendida nariz, entré y salí. Cuando salí ya no era el mismo, pero ella se había hecho de mi y yo de ella y ahora ella tiene algo que yo le dí y yo algo que me dio ella, volví encantando, por haber echo el amor con esa mujer.

miércoles, junio 21, 2006

corría

Corría. Todo el mundo aquel día vio a alguien correr, todos la vieron correr. Sobre sus tacones negros, sin perder ni el ritmo ni el equilibrio, con la frente perlada de sudor, la respiración entrecortada y una dolorosa punzada bajo las costillas desde una punta a otra de la ciudad corriendo sin parar, con el portafolios cogido bajo el brazo o en la mano, o pegado al pecho, pero siempre encima, como si custodiase un valioso tesoro.

En un momento dado se paró ante un edificio con una gran puerta de madrera, echó manos a sus rodillas y trató de coger aire, después levantó un poco la vista y apoyó las manos en las caderas, seguía respirando con dificultad, el pecho se le hinchaba y deshinchaba de forma exagerada. Atravesó el portón y se miró en el espejo del hall del edificio, recompuso su pelo y se recolocó el jersey y miró que los pantalones no tuvieran ninguna mancha. Sacó un pañuelo del bolsillo del abrigo y se secó el sudor, sacó la polvera del pequeño bolso y se retocó el maquillaje. Subió las escaleras hasta el primer piso, volvió a pararse ante una puerta de madera, esta vez más pequeña, pero con unas molduras de ebanista preciosas.

Llamó al timbre que sonó como dos notas de piano y diez segundos después una impecable secretaria la hizo pasar al interior de la oficina y la condujo a la sala de reuniones, donde había unas cinco personas alrededor de una mesa ovalada.

- Bienvenida Señora Expósito- la saludó Álvaro Del Valle señalándole una silla a su lado- la estábamos esperando.
- Siento el retraso- Se disculpó.
- No se preocupe- dijo el segundo de Del Valle, que estaba justo frente a ella- ha llegado usted elegantemente tarde, cinco minutos exactos. Comience con su presentación.
- ¿yo?- preguntó ella- la Señora Ibáñez ha llegado antes- alzó la mano en dirección a su compañera, que tenía una ligera cara de disgusto.
- Preferimos que empiece usted- contestó Del Valle- el respetable la atiende- le dedicó una cálida sonrisa.

Hizo su presentación, del portafolios salieron subcarpetas para toda la concurrencia con un breve resumen de la presentación, no se sabe como aparecieron diapositivas, montajes en 3D y sonidos relajantes. La Señora Ibáñez también hizo una buena presentación, pero le faltó ser amable, esa mujer bebió leche amarga de pequeña, seguro.

Del Valle y su segundo comunicaron que el proyecto elegido sería el de la Señora Expósito, nuestra corredora de fondo. Cuando la sala de juntas se despejó se dirigió hacía la Señora Ibáñez y le tendió la mano.
- lo siento- tu presentación era excelente. Rechazó su mano- cualquiera de las dos podría haber ganado.

La Señora Ibáñez se giró sobre sus talones y comenzó a andar hacía la puerta, nuestra corredora se puso a su nivel acompañándola a la puerta.

- Las ventanas dejan ver lo que pasa fuera, te pasaré la factura de mis cuatro ruedas, te pasaría la del taxi, pero no había ninguno disponible.

La Señora Ibáñez se quedó parada, muda y roja de rabia. Nuestra protagonista salió por la puerta con una fabulosa sonrisa de satisfacción.

domingo, junio 11, 2006

Frío

Te susurro esto al oído mientras duermes, para que sepas que es lo que sentía, quizá arroje un poco de luz a tu vida. Si te entristeces después de esto no es por mí, es por ti, que te sientes sin mí, yo estoy bien.


Aquella mañana de Noviembre hacía un frío espantoso, en la calle no veía un alma, la lluvia había metido a todos en sus casas o a coger los coches. Yo estaba en la cama, sola, para variar, helada de frío, pero no era un frío exterior. Las sábanas tenían la calidez de mi cuerpo, era el interior lo que me quemaba de frío.
No tenía en mente levantarme, me quedaría entre las sábanas a ver si este frío espantoso que tenía instalado en mi interior se aburría de mí y se esfumaba. Al rato, quizá sólo a la segunda vuelta, no sé, me levanté, un buen desayuno no me vendría mal, supuse.
Leche caliente que me tomé de un trago, maldita costumbre que me habían hecho adoptar las prisas matutinas que siempre llevaba. ¿Me meto otra vez en la cama? Al final fui al salón con una manta, música, un libro, ahora si es verdad que nadie me movería de allí.
Estaba a gusto, relajada, uno de esos momentos perfectos, si no fuera por ese frío que me estaba congelando el alma.
Al final, me quedé dormida con Bécquer entre mis manos, hacía un mes que no dormía bien.
Salté del sofá cuando oí el molesto timbre del portero, para una puta vez que me duermo, pensé.
- ¿Quién?- Pregunté.
- Publicidad- me contestó a través de portero con voz de metal.
- Ahí hay un buzón para la publicidad- dije irritada, todavía sentía, pobre chico, no tenía la culpa de haberme despertado- ¿por qué coño toca?- debería haberme lavado la lengua con un estropajo de nanas, como hizo mi madre en cierta ocasión.
- Lo siento- dijo realmente asustado- No lo había visto.
- Si... te pondré un cartelito luminoso.
- Dis... - colgué, pero ya no estaba enfadada, indiferencia, quizá.

Volví al sofá helada por dentro y por fuera. Ya no tenía ganas de leer, quité la música y puse la tele. Una pena que no fuera domingo, me hubiera dormido con la misa de “la dos”, otra mala costumbre culpa de mi madre, que se empeñaba en quitarme el club disney. Aún así, con los gritos del programa de cotilleo de turno, volví a quedarme dormida.

zzz

Andaba por la nieve, con los pies quemados por el frío, gritaba su nombre, no sabía el que quién, pero era su nombre, ella no se oía, sabía que hablaba porque le dolía la garganta, no sabía si se había quedado sorda o muda, entonces el frío exterior se fue. Una oficina, el termostato marcaba 30 grados centígrados, pero ella seguía helada. Gritó su nombre otra vez, pero de su boca no salía su nombre “Más dinero” era lo que su voz reproducía, volvió a gritar, “Más dinero”, se estaba volviendo loca.

zzz

Me arrancaste de ese sueño cogiéndome por los hombros y llamándome por mi nombre.
- Niña ¿por qué chillas?- dijiste- ¿una pesadilla?
- No sé- dije a media voz, no me había afectado.

Me abrazaste y me meciste un poco, acariciándome el pelo, me sentó tan bien aquello... por un instante creía que el frío se había ido, pero seguía allí instalado, como la enfermedad crónica que era.
- Me he encontrado un repartidor ahí abajo. Hablaba con uno de esos de publicidad, el chico decía “Tiene una mala hostia... mejor no toques” y el repartidor al verme preguntó por ti y si te podía dejar lo que traía, le dije que venía aquí, que te lo daría con gusto- ¿Recuerdas lo bonitas que eran las flores? Yo no las aprecié, fue todo un detalle que las pusieras en un jarrón y las dejaras sobre la mesita del salón- ¿qué le habrás dicho al chico de la publicidad?
- Que no tocara, coño.
- Esa boca...
- Lo siento- mentira, no sentía nada- ¿cómo has entrado?
- Dijiste que ibas a nadar, que te trajera la pechuga de pollo para la cena y me dejaste la llave.
- ¡Puf! Este puto insomnio me está matando.

No tenía yo el cuerpo para ir a nadar, la verdad, ni siquiera me molesté en saber de quién eran las flores, ni siquiera agradecí el detalle.
- No tienen nombre- dijiste al rato.
- ¿Qué?- no estaba para nada.
- Las flores, que no tienen nombre, pero sí tarjeta- la leíste en voz alta- “No hay barreras y si las hay no son infranqueables”, niña, un admirador secreto.

Reí, no sé por qué, no tenía ganas, pero la posibilidad de un admirador secreto me parecía tan disparatada... ¿quién querría a una escritorcilla helada por dentro? No creo que hubiera alguien tan loco como para eso.
- ¿No tienes ni idea de quién puede ser?- preguntaste.
- No ¿Gustavo Adolfo Domínguez Bastida? Sería lo mejor.
- Si no hubiera muerto en 1870... Alguien habrá por ahí aparte de Bécquer.
- Ni mi madre me manda flores y menos con esos mensajes tan profundos.
- Entonces es un admirador.

Aquel frío me congelaba las entrañas, creo que mi corazón empezó a latir más lento. Dejé de pensar en las flores y en ese supuesto admirador. Quería sacarme aquel frío de dentro.
Me quedé sola, preparando la cena para mi editor, ni siquiera me molesté en comer. Mientras cortaba los taquitos de pechuga me corté en un dedo, un corte bastante profundo que ni noté, me di cuenta cuando vi toda la sangre brotando de la brecha ¿qué me estaba pasando? Era una roca.
Cené con el editor, casi todo negocios, normalmente esto me ponía enferma, comerciar con mis palabras era absolutamente asqueante, si pudiera haber vivido de otra cosa hubiera publicado por placer, sin dinero, pero esta vez me era indiferente. Una roca.
Me llamó mi ex, ni siquiera me puse borde, él se enfadó porque no le hacía caso, ni siquiera un simple “ya sé porqué le dejé” al colgar. Una roca, me empezaba a preocupar.
Me acosté a dar vueltas, no dormí, tampoco me importó, me levanté a las 6, intenté trabajar. A las 10 sonó el teléfono.
- ¿Te han gustado las flores?- dijo la voz al otro lado del teléfono.
- Si- mentí, no es que no me gustasen, eran preciosas, pero yo no las aprecié-. ¿Quién eres?
- Es normal que no me reconozcas, la última vez que hablamos teníamos 12 años. La Granja escuela, nunca reconocí que me gustabas, dabas miedo cuando alguien te decía que le gustabas a otro...
- Ah- Mi primer amor, no me sorprendí, llevaba 10 años esperando aquella llamada y no me sorprendí.
- ¿Te acuerdas?
- Si- indiferencia total- ¿cómo sabes mi teléfono?
- Vi tu entrevista en la revista literaria de un amigo mío y no pude evitar pedirle tus señas.
- Pensaba que esas cosas eran confidenciales... así acabó John Lennon.
- ¿Qué tal si quedamos y nos reencontramos?
- Reencontrarnos, sí- Una roca.
- Te recojo en tu portal a las 9 ¿te parece?
- Me parece- pobre... ¿qué idea se llevaría de mí?


zzz

Me puse el vestido negro, supuestamente era el que mejor me sentaba, te llamé para decirte que salía, no te conté nada, lo siento.
Fue una cena estupenda, todo riquísimo, hablamos muchísimo, pero a mi no me importó demasiado, aquel frío seguía instalado en mi y ya me había congelado el corazón, así descubrí que era una roca de hielo. Desde los 12 años había evolucionado de una manera perfecta, culto, amable, tolerante, lo tenía todo y yo no supe verlo. Al llegar a casa le dije que subiera, que se tomara una copa, nos tomamos una, nos tomamos otra, nos tomamos el uno al otro y el otro al uno, de forma inesperada y urgente, como si uno de los fuera a morir con el alba, no sé si él lo había adivinado, yo no tenía ni idea. Mientras nos tomábamos sentía una sensación extraña, el calor de su cuerpo el frío de mi alma, al terminar el frío se fue, me dio un beso en la frente y el frío volvió más frío que nunca, después se esfumó para siempre.
No sé dónde estoy, tampoco me importa, me siento bien, no siento frío y duermo apaciblemente, solo sé que las rocas no tienen alma y yo era una roca, el frío no se cansó de mí, mi alma sí. Recuérdame como el alma que fui y no como la roca en que me convertí.

martes, mayo 30, 2006

la última noche


Hoy, sería hoy. Ya no aguantaba más aquella situación, tras levantarse se miró en el espejo, se recogió el pelo, se vistió y salió a hacer la compra diaria. Verdura, pan, un café en les deux Moulins y vuelta a casa, allí una nota en cocina: “tengo mucho trabajo, prometo llegar antes de que te duermas, te quiere, Edgar”. Lloró desconsolada, intentando recordar su voz, hacía meses que sólo se veían algún sábado por la tarde que otro, cuando después de comer su querido Edgar la llevaba a pasear por rivera del Sena. Había empezado a sospechar que tenía alguna amante, alguna mujer que fuera frecuentemente a retratarse al estudio, quizá alguna de aquellas bailarinas que tanto le gustaba pintar, o la camarera del Café Guerbois, lo que estaba claro es que no había visto al hombre de su vida en semanas. A veces sentía su calor en la cama o un beso delicado en la mejilla, pero cuando abría los ojos quizá acertara a ver una pierna saliendo por la puerta del dormitorio.

Comió sola, como siempre y después se puso a hacer las maletas, vestidos mojados por aquellas lágrimas incesantes, los paseos por el piso para calmar los espasmos de su pecho, se colocaba las manos bajo los senos, presionando la boca del estómago para calmar el dolor.

Llegó la noche, la última maleta seguía abierta y ella metía su ropa interior “no es justo- le dijo una voz en su cabeza- al menos despídete de él, dale el último beso” y se sentó en la silla que había frente a la mesa, con el respaldo pegado al pecho y se dejó caer sobre su brazo derecho medio tapada con su abrigo marrón, quería esperar despierta, pero el agotamiento que le habían dejado las lágrimas la hicieron sumirse en un profundo sueño.

Edgar llegó más tarde de lo que había planeado, con olor a vino y tabaco, no tenía olor a mujer porque aquella noche no quiso acompañar a sus amigos a Moulin Rouge, le cansaba ver a las cortesanas bailar mientras ellos iban y venían con una y otra, el simplemente se limitaba a beber absenta, pero esa noche le había prometido que llegaría antes de que se durmiera, quizá con suerte le estaría esperando.

Atravesó la puerta del dormitorio, la lámpara de la ventana iluminaba su espalda, su pelo recogido, su salla caída, su dulce hombro... y la maleta, las camisas de dormir, las enaguas que se le habían caído al suelo. Se apoyó en la puerta, con las manos metidas en los bolsillos, también apoyó la cabeza, aquella terrible verdad pesaba más que todas sus deudas “la he perdido”.

Se acercó suavemente a su lado, le acarició él hombreo y empezó a deshacerle el moño.

- Edgar- Suspiró ella cuando le vio a su lado, soltando su pelo-. Tengo que decirte algo.
- Calla- se agachó y la beso dulcemente en la boca- yo también tengo que decirte algo- le soltó otro mechón del moño-. Eres el ser más hermoso que existe. Eres la razón de mi vida.
- Es todo mentira, Edgar- No sonaba a reproche, sonaba a lágrimas contenidas. Volvió el rostro y comenzó a llorar.
- No lo es- la cogió en brazos, volvió a besarla, y la condujo a la cama- Eres la única razón de mi vida- le dijo al oído- por eso trabajo tanto, por ti, para darte lo mejor.
- Tú eres lo mejor y eres lo único que me niegas- las lágrimas no cesaban.
- Te quiero- suspiró admitiendo su error.

Le quitó la salla, terminó de soltarle el pelo, ella le quitó la chaqueta, el chaleco, la camisa, los pantalones. Le acarició la barba, el pecho, el vientre y así entre caricia y caricia el se acercaba a su oído y entre gemidos emitía palabras de amor: “te quiero”, “te necesito” y ella contestaba a todo con sinceridad “y yo a ti”.
Nunca habían rezumado tanto amor, ambos vibraron juntos y dejaron el placer flotando para siempre en el cuarto. Él la abrazo “quédate a mi lado para siempre”, le dijo al oído, suave, dulce, y ella se dio cuenta de que, a pesar de su amor, no podía seguir sufriendo por aquel hombre. La última noche.

Se levantó con el primer rayo de sol, se vistió y se recogió el pelo, metió las últimas enaguas en la maleta, escribió algo, revolvió su pelo y le besó en la frente, sonrió y salió de su vida para siempre.

Él sólo pudo verle la espalda antes de que cerrara la puerta tras de sí. Un bebé, desnudo, encogido y desconsolado, lloró durante días.

La nota la leyó mil veces y cuando murió la tenía en el bolsillo de la chaqueta con la que fue a la tumba: “Te quiero, pero te debes a tú arte, llevaré tu aroma siempre conmigo”.

domingo, mayo 21, 2006

Amargo Sueño

Llovía copiosamente y ella no se molestaba en correr, quizá porque si se ponía a correr con aquellas botas de tacón acabaría dando con sus posaderas en el frío suelo o quizá porque le importaba más bien poco que la lluvia le calara hasta los huesos. Se apartó el pelo con un acertado movimiento de cabeza, miró hacía arriba con una extraña sonrisa dibujada en el rostro y extendió los brazos, diría que disfrutaba con la caricia de la lluvia. Entonces sentí envidia de ella por tener la valentía de enfrentarse a las condiciones atmosféricas adversas, acogiéndolas como si de un regalo se tratasen, y yo estaba dentro de la oficina, sentado en una butaca considerablemente cómoda, pero deseando salir a la calle a notar como la naturaleza puede hablarle a cada poro de nuestra piel. Al mirarla detenidamente, allí parada, bebiendo el agua de la lluvia, sentí envidia del agua que acariciaba todo su cuerpo, esa nariz perfecta, ese pelo que me imaginaba brillante, el escote… era ella. Me costó reconocerla, pero era ella, debía haberlo imaginado desde el primer momento, nadie era capaz de mojarse de aquella manera, la ropa negra, pero sobre todo aquella sonrisa tierna y pícara a un tiempo. ¡Qué tonto soy! La tenía delante, la mujer de mis sueños, esa que se me escapó una noche de noviembre simplemente porque yo no supe darme cuenta de que ella era la única que podría hacerme feliz y eso me condenó a una vida de búsqueda cuando sabía que lo único que buscaba era ella.

Salí a la calle, sin paraguas ¿para qué?, crucé el paso de peatones, y la abordé allí, en medio de la rambla, interrumpiendo su comunión con la naturaleza. La llamé por su nombre, cogiéndola de la cintura, todo un atrevimiento por mi parte, su furia podía ser peor que la de cien tempestades.

- ¿No me recuerdas?- le dije.
- ¿Cómo no recordar a la única persona que ha conseguido partirme el corazón?- empecé a notar la lluvia como si mil alfileres cayeran sobre mi.
- Si lo hice no fue mi intención.
- Lo sé, tú intención era vivir sin trabas… yo era una traba y me eliminaste de la ecuación. Muerto el perro se acabó la rabia, dicen.
- Tú no eras ningún perro rabioso- la miré a los ojos-, eras algo tan grande que creo que me asustaste, he intentado buscar la felicidad y me he dado cuenta de que la felicidad eres tú. Te estaba buscando en miles de sitios diferentes y te tenía que ver por mi ventana, valiente, mojada.
- ¿valiente? Me arriesgo a coger una pulmonía, nada más. Yo no tengo nada que ver con el romanticismo que dibujas a mí alrededor. Simplemente soy una mujer sin paraguas que intenta llegar a casa- se zafó de mi-. No busques la felicidad, la felicidad llegará a ti- continuó con la marcha.

La miré alejarse y mis lágrimas se confundieron con la lluvia, una voz en mi cabeza me decía que el error lo había cometido yo años atrás y otra me decía que el destino me brindaba una segunda oportunidad y que luchara por ella. Corrí intentando no caerme con mis zapatos de ejecutivo y la cogí del brazo. Su cara mostraba enfado, sus ojos estaban enrojecidos, a pesar de la lluvia sé que estaba llorando. No estaba todo perdido. Era la hora, ya la había besado antes, ese fue mi error, probarla, quizá nunca me habría envenenado con su amor si no la hubiera besado nunca. La bese. Noté el calor de su interior y de repente toda la lluvia desapareció, sólo ella y yo… y las mariposas de mi estómago.
Después de aquel mágico beso la besé en la frente y la apreté contra mí. Ella apoyó la cabeza en mi pecho, noté los espasmos del llanto y la abracé más fuerte, protegiendo su cabeza con la mía. Alzó la cabeza, me miró con los ojos llenos de lluvia y lágrimas y se fue. Grité su nombre, pero no podía moverme, grité y caí pesadamente al suelo con las rodillas, fue doloroso, lloré su nombre, golpeé el suelo.

Me desperté empapado en sudor, todavía medio dormido me levanté de la cama, cogí el teléfono sin mirar la hora y marqué su teléfono… oí su voz preocupada y recién despertada. Me limité a llorar su nombre durante no sé cuanto tiempo, debió ser mucho, lo siguiente que sentí fueron sus brazos estrechándome en mi cama.

miércoles, mayo 10, 2006

Vampiro




La niebla era espesa, el aire frío, la calle desierta, la luz brillaba por su ausencia y sus tacones eran el único ruido en la ciudad. Inconsciente andaba por aquellas calles vacías, corredores oscuros y húmedos. Agazapado en una esquina, hambriento y derrotado empezó a saborear su olor cuando a ella todavía le faltaban unos metros para llegar a la travesía. Era ella, sólo con su olor, solía recorrer las calles como si fuera el fantasma de Molly Malone y él la observaba, como amaba la noche, como en aquella casa de rejas infranqueables, nada más comenzar el silencio del sueño, ella abría los ojos y salía a pasear, como si algo la llamara. A veces le asaltaba la duda, quizá esa misteriosa joven fuera una condenada, como él, pero su olor decía que estaba tan llena de vida como los niños que juguetean con burbujas de jabón a las tres de la tarde en las entradas de sus casas. Antes de condenarla a ser su compañera durante el resto de la eternidad o hasta que una estaca les separe, averiguaría donde iba cada noche, esta vez no se escaparía.

El polisón rojo se meneaba de lado a lado con gracia, su paso era seguro y su respiración acompasada, no temía nada, la niebla la protegía más que ocultarle los peligros, y con cada toque de tacón en el suelo una pantalla protectora surgía a su alrededor, le notaba cerca, como todas las noches, pero no le asustaba, esta noche no se escondería, no esperaría verle pasar para continuar su camino, era hora de conocer a aquella figura de la noche, que sin duda era una criatura sin alma. Atravesó la ciudad sin prisa pero sin pausa, sin mirar por si un carruaje la interceptaba, no había carruajes aquellas horas y si los había no deseaban ser vistos, por lo tanto ella no los vería.

En la niebla se quedaba impreso su olor, el olor metálico de su sangre y el olor a lirios de su cama, que maravilloso habría sido tocarla entonces, llamarla por su nombre, abrazarla y hacerla dormir, pero en sus brazos morirá y después volverá a la vida, entonces ella será eterna, tan eterna como él. Mimetizado en la oscuridad, como un camaleón en la jungla, observaba su cuello, no era un cúmulo de venas y arterias, era un ser completo, de piel marmórea y mejillas de melocotón, la luna se reflejaba en los rizos del moño, que parecían iluminar toda la calle, ella era la única luz que necesitaba para caminar sin tropiezos. Lirios, lirios, lirios, eternamente un lirio.

Dobló la esquina y seis o siete pasos a delante se paró en seco, le miró a los ojos y él se sorprendió, atravesó la reja de entrada al cementerio y él la siguió de cerca, no se escondía, ella sabía que estaba allí y no había rechazado su presencia, entre calles, y tumbas él tuvo la necesidad de asirle la mano y preguntarle a donde iban, pero no quería que ella volviera a marcharse, ni ella ni sus labios carmesí.

Se tumbó sobre la tumba y suspiró.

- cómo echo de menos tus abrazos- dijo ella, todavía echada sobre la tumba- he decidido no reunirme contigo jamás, sé que te prometí que pronto iría contigo, pero no quiero ir, jamás, jamás, jamás.- Se levantó quedándose sentada sobre la lápida y le tendió la mano- acércate y él se acercó.
- ¿quién es?- preguntó de forma casi inaudible.
- Es mi esposo, murió hace un año- justo el tiempo que llevaba persiguiéndola- tifus.
- ¿Le amabas?
- Casi tanto como a ti- le miró a los ojos, El Condenado no entendía nada.
- No puedes…
- No puedo… haberme dado cuenta de que me perseguías cada noche y aún así no te has alimentado de mi, como tampoco puedo haberte visto cada anochecer desde mi ventana, esperando frente a la reja con esos ojos al brillo de plata, como tampoco sé que cuando vuelvo de hacerle mi visita a mi marido, sin que tú lo sepas, en dos ocasiones has logrado franquear la reja, el muro, la ventana y morderme entre el raso de mis sábanas, pero lo que definitivamente no sé es porqué no me has mordido por tercera vez.
- Serás eterna- se sentó a su lado y devolvió un rizo rebelde a su sitio.
- Seré tuya eternamente, nunca te irás.

Descubrió su cuello y lo acarició con la yema de los dedos, su yugular palpitaba para él, sólo para él, casi parecía pronunciar su nombre y él se acercó con algo de miedo, notó su olor a lirios y el metálico olor de su sangre, la sujetó por la cintura y la atrajo hacía si, sólo notaría su calor una vez, sólo una vez. Empezó besando tiernamente el cuello y finalmente mordió y ella emitió un profundo suspiro. Murió, renació y fue eterna.

domingo, abril 23, 2006

Nuestro rincón secreto

Paseaba con una pastosa parsimonia, por aquella ciudad húmeda y empedrada. Acariciaba de forma cariñosa algunas piedras de la pared, intentando capturar con sus dedos los años de historia, respirando hondo, saboreando aquella ciudad, que se metió en su corazón años atrás. No había nacido allí, pero se sentía más a gusto que en su lugar natal, quizá porque la primera vez que esa ciudad se alzó ante ella nada era nuevo, era un reencuentro con un pasado desconocido. Pero muy a su pesar todavía no había descubierto todos los lugares hermosos y recónditos que allí había, y por eso paseaba cada vez que el trabajo se lo permitía. Salía de casa y buscaba un nuevo lugar para escribir, un nuevo lugar para encontrar un sueño que reflejar en el papel del cuaderno, que siempre llevaba en un bolso que le llegaba a medio muslo.
Mientras andaba cerró los ojos un momento y dio un par de pasos más y entonces encontró el que sería nuestro lugar secreto. Una gran escalinata, en redondo, se alzaba ante ella y sin pensarlo un segundo alzó una pierna y subió el primer escalón y tras ese, el siguiente. Puso la mano sobre la baranda de piedra enmohecida y continuó subiendo los peldaños con lentitud. Cuando llegó a la cúspide de aquella plaza distinguió con claridad la estatua de un ángel. La hiedra había empezado a trepar por la túnica de la majestuosa escultura, una escultura que parecía mirarla a los ojos, que parecía sonreírle.
Esa insolente estatua siempre engatusaba a los pocos visitantes que pasaban por allí. Es odiosa, pero a Mí también me cameló.

- Parece muy real ¿No es cierto?- Le pregunté.
- ¿Quién ha dicho eso?- Se volvió y extrañamente no estaba asustada.
- ¿Qué te hace pensar que soy alguien?
- La capacidad del lenguaje es una capacidad humana, teniendo en cuenta que con lo de “alguien” te refieras a un ser humano.
- ¿No te asusta hablar con alguien sin rostro?
- ¿Y tú? Que de rostro careces ¿NO te asusta hablar con alguien que lo tiene?
- ¿Quién piensas que soy?
- Claro está que la nada no eres, pues la nada no podría hablar, puesto que la nada es nada. Y tú algo pareces, al menos una voz.

Ella notaba sus manos inquietas, su corazón palpitante y sensible transmitiendo a su cabeza cosas que sus manos necesitaban escribir.
Y yo empecé a sentir lo que nunca había sentido y eso que yo pensaba haber sentido todo, pero quizá solo lo había vivido a través de los demás.

- ¿Me dirás que o quien eres?
- Quizá más tarde, cuando escribas lo que tú cuerpo te pide.

Ella sin preguntar como sabía lo que sentía, se sentó en un banco de la pequeña plaza y escribió, escribió durante horas. Se hizo de noche.

- Tengo que irme- se levantó- es difícil andar en la oscuridad.

Y empezó a andar hacía la escalinata.

- ¡No te vayas!- Me salió del interior como una súplica de enamorado al que él amante le huye de los brazos- Es peligrosa la calle a estas horas de la noche.
- Esto también es la calle.
- Pero sólo los puros de corazón pueden entrar en esta plaza. Siéntate otra vez yo te iluminaré.

Cuando se sentó notó un respaldo que no existía y notó el banco confortable, como si la piedra de la que estaba echo fuera de repente mullido y agradable como un colchón de plumas. Notó como de repente se podía apoyar en el aire como si fuera un pupitre y entonces el ambiente se iluminó, la plaza se encendió como si miles de velas flotaran en el aire, pero en el aire sólo había luz y calidez.
Ella se puso a escribir y me extrañó que siguiera sin preguntar cómo había hecho todo aquello, como esa magia se sucedía ante ella. Siguió escribiendo unas cuantas horas más y yo disfrutaba viéndola escribir.

- El sueño ha entrado en mí- dijo bostezando- ¿dónde voy a dormir?
- Recuéstate en el banco- Y ella me obedeció, notando como el banco se ensanchaba y algo, como una almohada imposible, le sujetaba la cabeza, apagué las luces- No te preocupes, no tendrás frío.

Y la envolví en lo que se puede llamar mi cuerpo y le di calor. En “mis brazos”, plácidamente se durmió e igualmente, por la mañana, despertó.

- Tienes los ojos verdes- me dijo.
- ¿Cómo? Si soy etéreo, carezco de ojos como los tuyos.
- Pues yo los veo con nitidez, verdes y preciosos, por cierto, casi tanto como tu voz. El pelo negro- y entonces noté sus dedos revolviéndome el pelo, que yo nunca había tenido-; la piel suave- y acarició mi rostro y me sorprendió sentir que era la piel.

Miré hacia abajo y allí estaba yo, no me imaginaba que si alguna vez tenía cuerpo humano sería un hombre ¿por qué no una mujer?

- Te diré quien soy.
- ¿Y quien eres?
- Soy todo y a la vez nada, soy el viento entre los árboles y soy la brisa que sale del mar, soy el beso y el mordisco, la despedida, el dolor, el amor, el encuentro, la felicidad, la pena, el pánico, el sol, la luna, la noche, el día. Soy el picor en tus manos.

Entonces ella me besó y ella entró en mi y yo en ella. Nos fundimos en uno solo y planeamos sobre las copas de los árboles y salimos del mar en forma de brisa, besamos, mordimos, nos despedimos, sentimos el dolor y el amor, el reencuentro, la felicidad, la pena, el pánico, el sol, la luna, la noche, el día. El picor de tus manos, fuimos inspiración.

lunes, abril 03, 2006

Gea, la gata, paseaba bajo mi pie desnudo, que pendía del sofá despreocupado mientras la otra pierna formaba un triángulo con el asiento. Yo sostenía un libro encima de mi pecho y apoyaba la cabeza sobre una pila de cojines. Una melodía de piano danzaba alegremente al salir por los altavoces del equipo de música. Gea seguía haciéndome cosquillas en el pie con su suave pelaje negro, yo dejé el libro y me incorporé en el sofá, poniendo ambos pies en el suelo, Gea rondaba mis piernas ronroneando cada vez más fuerte, algo quiere cuando se pone tan mimosa. Recogí mis piernas en ese sucedáneo de postura del loto y Gea se acomodó en el hueco de mis piernas y yo agradecí su gesto acariciándole entre los ojos, que ella cerraba. Entró en la habitación, con la carpeta en una mano y el maletín del portátil en la otra. Su traje gris marengo contrastaba con mi ancha y raída camiseta negra y mis pantalones amarillos de pijama.
Se quitó la chaqueta y puso la cabeza en mi pierna, acarició a Gea con una mano y yo empecé a acariciarle el pelo también a él. Dos animalitos desvalidos ronroneaban entre mis piernas. Él se irguió, paseó su nariz por mi mejilla y acercó su boca a mi oreja.
- Mmm, hueles a jazmín- susurró y yo reí.
- ¿siempre?- pregunté en un susurro también.
- Siempre- besó mi cuello y me abrazó suspirando- a veces creo que voy a llegar a casa- siguió susurrando- y me vas a tener todo lleno de flores y me vas a esperar aquí, desnudita, pero así, con la ropa vieja, sin arreglar, estas mucho mejor.
- Si, claro- susurros…-. Hay demasiada diferencia entre la chica playboy y la muchacha del gato.
- Prefiero a la muchacha del gato.

Su aliento recorría mi piel y me provocaba escalofríos que recorrían toda mi espalda. Me miró a los ojos y yo sentí que me convertía en algún material plástico parecido al magma. Besó mis labios y la fuerza de su beso me echó hacía atrás, obligándome a estirar las piernas. Gea saltó con un bufido. Le abracé con las piernas y… apaguen la luz y a dormir, y no se les ocurra espiar…

martes, marzo 21, 2006

Ninfa

La encontré danzando suavemente sobre las aguas de la orilla, con una gasa blanca cubriéndole el cuerpo. Los ojos azules y la boca dibujada por la luna con un brillo inhumano. Me había citado allí, ella se había encargado de encender el fuego, de acomodar las mantas, los cojines y las sedas en la roca blanca.

Se movía al ritmo de las olas, profundizando más en el agua. La miraba desde el lecho que había preparado, sin zapatos y sin camisa, sonreía, me gustaba aquella danza, me gustaba su cuerpo fino, moldeado por las olas que la acogían. Espuma de mar, era la misma Afrodita, conquistando mi corazón en la distancia. Era plata fundiéndose en los restos de la misma pieza, sus manos rozaban la superficie marina, creando ondas que parecían protegerla de cualquier peligro. Niña solitaria, quizá no me quería allí a pesar de su nota, pero sus gestos, su danza, parecían tan íntimos que empecé a ruborizarme.

El agua insolente le lamía el pecho y ella se estremecía, no sé si de frío o de placer. Ninfa de las aguas, Reina de los mares, sirena de dos piernas que jamás se enamorará de este príncipe. <<Ámame lentamente>> le dije al oído, a pesar de la distancia, por primera vez en toda la noche me dedicó una mirada. Sus ojos azules parecían aguamarinas a la luz de la luna, su pelo ondulado ya tocaba el mar, que lo acariciaba, tenía celos, envidia, dolor.

<<Ámame, Ninfa>> repetí en su oído, sonrío con un gesto a caballo entre la dulzura y la maldad, ¡OH! Lolita, Lamia, Beatriz, Anabel, Corina, Lesbia, cuántos nombres tienes, Ninfa. Nadaba en mis pensamientos febriles cuando desapareciste con un gesto de pez en el agua. Me levanté alarmado <¡Ninfa!> grité, sin recibir respuesta, no esperé a despojarme del pantalón, salí corriendo, rompí las olas, rasgué el mar y te busqué en la sombra de las aguas. Unos brazos finos me asieron devolviéndome a la superficie, un beso cálido y saldado me sanó para siempre.

Ninfa, el fuego se ha extinguido, pero yo te tengo dormida entre sedas y brazos…

sábado, marzo 18, 2006

Pretensiones...

No quisiera darmelas de nada, no quiero darmelas de escritora, que aunque me sienta así todavía me queda muchisimo por pulir.
Tengo que agradecer a Paco que me diera la idea de crear el blog, al principio me pareció que no tenía ningún sentido, ya tengo el blog de msn ¿para qué otro? pero algo exclusivo y de uso público para mis composiciones de bolsillo o mis hojas tontas... ¿por qué no?
Gracias por su visita...
Alia