domingo, mayo 21, 2006

Amargo Sueño

Llovía copiosamente y ella no se molestaba en correr, quizá porque si se ponía a correr con aquellas botas de tacón acabaría dando con sus posaderas en el frío suelo o quizá porque le importaba más bien poco que la lluvia le calara hasta los huesos. Se apartó el pelo con un acertado movimiento de cabeza, miró hacía arriba con una extraña sonrisa dibujada en el rostro y extendió los brazos, diría que disfrutaba con la caricia de la lluvia. Entonces sentí envidia de ella por tener la valentía de enfrentarse a las condiciones atmosféricas adversas, acogiéndolas como si de un regalo se tratasen, y yo estaba dentro de la oficina, sentado en una butaca considerablemente cómoda, pero deseando salir a la calle a notar como la naturaleza puede hablarle a cada poro de nuestra piel. Al mirarla detenidamente, allí parada, bebiendo el agua de la lluvia, sentí envidia del agua que acariciaba todo su cuerpo, esa nariz perfecta, ese pelo que me imaginaba brillante, el escote… era ella. Me costó reconocerla, pero era ella, debía haberlo imaginado desde el primer momento, nadie era capaz de mojarse de aquella manera, la ropa negra, pero sobre todo aquella sonrisa tierna y pícara a un tiempo. ¡Qué tonto soy! La tenía delante, la mujer de mis sueños, esa que se me escapó una noche de noviembre simplemente porque yo no supe darme cuenta de que ella era la única que podría hacerme feliz y eso me condenó a una vida de búsqueda cuando sabía que lo único que buscaba era ella.

Salí a la calle, sin paraguas ¿para qué?, crucé el paso de peatones, y la abordé allí, en medio de la rambla, interrumpiendo su comunión con la naturaleza. La llamé por su nombre, cogiéndola de la cintura, todo un atrevimiento por mi parte, su furia podía ser peor que la de cien tempestades.

- ¿No me recuerdas?- le dije.
- ¿Cómo no recordar a la única persona que ha conseguido partirme el corazón?- empecé a notar la lluvia como si mil alfileres cayeran sobre mi.
- Si lo hice no fue mi intención.
- Lo sé, tú intención era vivir sin trabas… yo era una traba y me eliminaste de la ecuación. Muerto el perro se acabó la rabia, dicen.
- Tú no eras ningún perro rabioso- la miré a los ojos-, eras algo tan grande que creo que me asustaste, he intentado buscar la felicidad y me he dado cuenta de que la felicidad eres tú. Te estaba buscando en miles de sitios diferentes y te tenía que ver por mi ventana, valiente, mojada.
- ¿valiente? Me arriesgo a coger una pulmonía, nada más. Yo no tengo nada que ver con el romanticismo que dibujas a mí alrededor. Simplemente soy una mujer sin paraguas que intenta llegar a casa- se zafó de mi-. No busques la felicidad, la felicidad llegará a ti- continuó con la marcha.

La miré alejarse y mis lágrimas se confundieron con la lluvia, una voz en mi cabeza me decía que el error lo había cometido yo años atrás y otra me decía que el destino me brindaba una segunda oportunidad y que luchara por ella. Corrí intentando no caerme con mis zapatos de ejecutivo y la cogí del brazo. Su cara mostraba enfado, sus ojos estaban enrojecidos, a pesar de la lluvia sé que estaba llorando. No estaba todo perdido. Era la hora, ya la había besado antes, ese fue mi error, probarla, quizá nunca me habría envenenado con su amor si no la hubiera besado nunca. La bese. Noté el calor de su interior y de repente toda la lluvia desapareció, sólo ella y yo… y las mariposas de mi estómago.
Después de aquel mágico beso la besé en la frente y la apreté contra mí. Ella apoyó la cabeza en mi pecho, noté los espasmos del llanto y la abracé más fuerte, protegiendo su cabeza con la mía. Alzó la cabeza, me miró con los ojos llenos de lluvia y lágrimas y se fue. Grité su nombre, pero no podía moverme, grité y caí pesadamente al suelo con las rodillas, fue doloroso, lloré su nombre, golpeé el suelo.

Me desperté empapado en sudor, todavía medio dormido me levanté de la cama, cogí el teléfono sin mirar la hora y marqué su teléfono… oí su voz preocupada y recién despertada. Me limité a llorar su nombre durante no sé cuanto tiempo, debió ser mucho, lo siguiente que sentí fueron sus brazos estrechándome en mi cama.

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