jueves, febrero 02, 2012

La literatura y yo.



Siempre me había gustado escribir, pero no tenía un tema concreto, ni siquiera utilizaba un lenguaje concreto, simplemente cogía los bolígrafos de mi hermana, porque en el colegio sólo utilizábamos lápiz, y escribía, me maravillaba que el bic me obedeciera con aquella diligencia, tanto que llegué a destrozar un bolígrafo para ver como era la bola y la tinta y qué mágico elemento tendría aquel palito para que reflejara tan fielmente mis ideas, cuando dibujaba con el lápiz nunca era así, la imagen que tenía en la mente nunca se plasmaba en el papel, hubo un momento en el que conseguí que se parecieran bastante ambas imágenes, pero las palabas ¡ay! Las palabas nunca me han traicionado.

No me gustaba leer, realmente porque no hubo una transición entre los libros con mucha imagen y poco texto a todo lo contrario. Me negué rotundamente hasta que llegó Fray Perico. Nos obligaron a leer un libro del barco de vapor en el colegio, y no sé por qué aquel fraile y su borrico me llamaron la atención, quizá les llamé la atención yo a ellos, hay veces que el libro te elige a ti y no al revés, sin embargo, nuestra relación, como en las buenas relaciones, los inicios fueron duros. Yo tenía buena velocidad de lectura a pesar de mis reticencias, pero no era capaz de leer más de una página “¡Es imposible!” Decía, no hay nadie capaz de leerse esto, es enorme, ahora lo recuerdo y no puedo más que reírme, el libro no tenía más de cien páginas, incluyendo una letra enorme y unas cuantas ilustraciones. Mi hermana, harta de mis quejas, cogió el libro, me miró y dijo “Si yo me lo leo, te lo lees tú” acepté sin rechistar, quería quedarse conmigo, no había ser sobre la tierra que fuera capaz de leerse un libro entero. ¡Qué ilusa! Mi hermana no tardó más de dos horas en acabarlo, así que si ella podía yo también, con el aliciente de que ahora tenía alguien con quien comentar lo que leía, eso no quita que a mi tierna edad de ocho años tardara casi un mes en leérmelo, pero descubrí aquella maravillosa sensación, que siempre es igual de buena y gratificante que resulta terminar un libro.

A los doce años nos mandaron una actividad en el colegio, escribir una pequeña historia sobre un niño imaginario que vive una aventura, entonces nació Nemesio, un niño muy pijo que intentaba escaparse de casa en la limusina de su padre, lo leímos en voz alta y sin duda mi historia fue la que más gustó, eso me dio alas, desde entonces estoy casada, era demasiado joven, lo he intentado dejar, pero la literatura no permite que me vaya, nuestro matrimonio es para toda la vida, todos los días de mi vida, con sus altibajos y sus variantes. Después de las aventuras de Nemesio, encontré a Bécquer, cada noche leía un par de poemas o una leyenda, y me dio por la poesía, cada día escribía cuatro o cinco, en cualquier papel en blanco que me encontrara, tenía a todo el mundo aburrido, no había papel de mi padre que no estuviera firmado por mi incontinencia poética, ni ejercicio de matemáticas que no tuviera un haiku para adornarlo, definitivamente no era difícil ver a lo que me iba a dedicar, pasara lo que pasara, lo ideal sería hacer de mi enfermedad, porque no se podía llamar de otra manera, una ventaja que pudiera aportarme un sustento. Poco a poco empecé a escribir relatos cortos, sobretodo análisis de imágenes y sensaciones, muy experimental.

Es un baño de alientos, 

De susurros suaves 

En orejas vírgenes 

Y vientres experimentados. 

Es aire de segunda mano 

Del que se vive dulcemente, 

Es dependencia de manos, 

De labios, de pechos, de cuellos, 

Es muerte y resurrección 

Que nos deja sin aliento 

Y con un paño dulce, 

Casi amniótico y protector, 

Que nos envuelve 

Y casi nos hace brillar. 

Es fuerza sobrehumana, 

Instinto infrahumano, 

Naturaleza animal llena de razón. 




No hubo más remedio que regalarme un cuaderno, precioso, con letras kanji, que ahora está ajado y repintado y repleto de poemas y microrelatos de una febril adolescente, ese fue el nacimiento de Composiciones de bolsillo, 325 composiciones en total. Mi profesora de lengua en tercero y cuarto de ESO siempre lo cogía durante los exámenes. Tenía muchas faltas y me las corregía, me señalaba los que más le gustaban y me regañaba porque nunca llegaba al sobresaliente en su asignatura, ella tenía por costumbre regalar un libro a los alumnos de sobresaliente, y el mio lo compró después de leer mi cuaderno por primera vez, me lo dio el día de mi graduación, una antología de los poetas del 27, no llegué a sacar sobresaliente, la frase de ella que más recuerdo es “No entiendo como puedes escribir también y no ser capaz de hacer un análisis sintáctico”.

Mis relatos fueron creciendo conmigo, cada vez eran más largos, más elaborados, más pensados, con menos faltas de ortografía, fui abandonando la poseía poco a poco, también se me estaba pasando la calentura adolescente.

Durante dos años mantuve una relación de amor odio con la literatura, son muchos años juntas y de vez en cuando se enfada conmigo y me abandona, eso me suele provocar bastante ansiedad, poca gente me entiende cuando les digo que me pican las manos y sólo se me quita escribiendo, pero cuando no puedo hilar más de dos frases con sentido me agoto. Creo que aquel bloqueo de dos años fue porque ella no aceptaba que yo hubiera renunciado a que vivir de la escritura fuera mi prioridad.

Hace algún tiempo nos rencontramos con la pasión que conlleva una reconciliación, y entonces llegó nuestro primer hijo, mi primera novela, Winchester.