Colocaba bebidas en una mesita endeble, calzada con tacón alto, vestía un traje de baño dos piezas, short y bustie, en blanco con lunares rojos, rojo era también el color de su barra de carmín y su pelo, era una Pin Up, yo la miraba desde el otro lado de la piscina maravillada por su figura, su tez blanca y su perpetua belleza. Y échaba el ojo a mi madre, hablando con ella son su bañador negro tapando bien las cartucheras, el pelo revuelto medio mojado medio seco, con algunas arrugas marcándole el rostro, ella era perecedera, vulgar, sencilla a más no poder. Nuestros padres llegaron poco después, el mio besó a mi madre y se mojó el polo, así que se lo quitó y se lanzó al agua con ella, ambos reían sin parar, jugaban como niños. El padre de Samuel le dio una sonora palmada en el culo a su perfecta Pin Up, cogió su bebida y se sentó a leer el periódico.
Entonces me fijé en mi madre de nuevo, que jugueteaba en la piscina, aquello no eran arrugas, eran la conclusión lógica de una vida feliz, las patas de gallo y los paréntesis permanentes de la sonrisa, no llevaba un traje de baño que tapara las cartucheras, llevaba un bañador elegante, como era ella, tenía la piel menos fina que la madre de mi amigo, pero es que estaba curtida al sol, de tener una vida fuera de cuatro paredes, como la madre de Samuel, que parecía perfecta, no tenía una arruga, pero en realidad parecía una figura de porcelana a la que se le va a caer el esmalte en cualquier momento, guardada en una vitrina para evitar su deterioro.