jueves, octubre 13, 2011

Mis remansos de paz

Todos tenemos un momento especial que rememoramos cuando no nos sentimos bien, un lugar al que viajamos  cuando estamos a disgusto, lo cierto es que yo tengo varios, cuando necesito relajarme mi sitio es Mónsul al atardecer en Septiembre, con el color naranja del cielo, la arena gris, la temperatura perfecta, la brisa que te toca con suavidad, consolando. Cuando estoy triste me voy a los brazos de él, la mayoría de las veces, tengo la suerte de que puedo hacerlo físicamente, pero si no está no es difícil rememorar sus abrazos acunándome y noto su olor, igual que cuando me acuna en vivo lloro más, me enternezco, pero es sólo la tormenta previa a la calma. Otras veces me pongo nerviosa, entonces me siento bajo un chopo, donde la luz casi ni me alcanza, oigo el riachuelo que corre a escasos centímetros de mi y no me calmo, porque yo nunca estoy en calma, pero me relajo sensiblemente.
 El lugar más extraño al que viajo llega a mi cuando me desespero en clase, cuando estoy cansada, la primera sensación es el aroma a jazmín y al punto se me pone una sonrisa de oreja a oreja, porque es el aroma de mi profesora de historia de primero, después de su perfume llega a mi su voz calma, su sonrisa de oreja a oreja y su palabra justa, ella me enseñó a tomar apuntes de forma eficiente, fue curioso cuando nos reunimos en la universidad, que gozada sentarse a su lado, esa fantástica sensación de estar en su clase volvía sin esfuerzo a través de su perfume y cuando comparábamos los apuntes eran calcos, ella me enseñó y es algo que viajará conmigo siempre, quizá por eso me reconforta tanto volver a aquel aula, con la luz de la mañana, sus camisas blancas y su sonrisa plena. No había nada que te pudiera contar que no te interesara, no había un momento aburrido, ni un dato sin sentido. Sin duda alguna, en estos momentos, en los que no me permito huir de clase y tengo que volver a los tiempos de instituto y a la dinámica diferente, vuelvo a aquellas clases, que a pesar de ser clases y a pesar del tiempo, me siguen haciendo la jornada más llevadera y me permiten recordar a mi profesora, mía y de nadie más, única e inigualable.


A María Dolores Guillén.

2 comentarios:

dparra dijo...

Una entrada preciosa... Tú, como buena literata, eres de las que ven más allá de las cosas, te voy calando...
Si tuviese que escoger un rincón, me quedaría con Los Genoveses en las tardes de Agosto; o con mi amada calilla en cualquier momento, esa playita donde veo mi vida retratada en la arena...
Y ojo, porque un café en Aguadulce, una tarde radiante de octubre, también tiene su gracia xD

Paco dijo...

Pues yo, evidentemente, me quedaría con mi pueblo. No tiene la belleza atemporal del mar, pero el tiempo como que transcurre mucho más lento y te da tiempo a pensar más.