El pelo de la tapicería te envuelve como los brazos de una
madre, el volante calienta tus manos heladas, la palanca de cambios en punto
muerto te llama, enciendes la radio, emprendes la marcha y comienzas la
aventura. No sabes dónde te llevará el viaje, ni cuánto durará, pero tampoco
importa, la carretera te espera, con sus curvas incesantes, insinuante cual
mujer. La compañía es buena, la música es genial, el viaje siempre es plácido a
pesar del cambio que puede acarrear, nunca es cansado y siempre es inesperado.
Ahora queda a tu izquierda un mar azul inmenso, el agua está
tan clara que te parece ver los peces, el acantilado es alto, pero no te da
miedo la carretera filosa por la que transitas, todo lo contrario, disfrutas de
la marcha, del paisaje, de la temperatura suave típica de las zonas costeras, tu
copiloto canta a voz en grito Free Fallen de Tom Petty y yo no puedes dejar de
sonreír.
En un intervalo indeterminado de tiempo ya estás en una
carretera de montaña, los cúmulos de nieve empiezan a aparecer en las umbrías,
los pinos altos y centenarios evitan que el sol, tan cercano ahora, te ciegue,
abres la ventanilla para que el viento fresco te acaricie el rostro, el olor es
embriagador, poco a poco la nieve se multiplica, cada vez hace más frío y la montaña
empieza a brillar. El camino empieza a serpentear en bajada hasta que llegas a
terreno llano, los girasoles miran hacia ti, o hacía el sol que está a tu
espalda, pero no, te miran a ti, Norah Jones suena en la radio con su tranquilo
sunrise, la brisa es cálida, pero no abrasadora, te pones las gafas de sol,
miras a tu acompañante y sonríes. Él te llama la atención, una imagen
fantástica sucede ante vuestros ojos, un Seat Seiscientos está adelantando a un
Scania tipo americano, de esos con el morro largo, hasta que se pone frente a
él, la bella y la bestia versión automovilística.
El terreno vuelve a ser abrupto, vuelve la carretera curvada
y el paisaje pajizo, el trigo hace ondas marinas color de oro a ambos flancos,
en un momento dado empiezas a oír un rugido, quitas la radio, como si fuera un
león, tu acompañante hace cávalas, suena a convoy, tú confirmas, es un convoy
de Harleys que aparecen en la siguiente curva, cada una de un color, unas
originales, otras custom, unas con la horquilla hasta las nubes, otras
deportivas… Encuentras un hueco entre ellas en un vistazo, miras las líneas
discontinuas, esta es la tuya, adelantas a dos de ellas y te quedas a su nivel
un instante, para verlas, sus conductores
dejan el manillar y empinan su dedo gordo para saludarte, tu acompañante
y tú contestáis de la misma manera al saludo. Terminas de adelantar y te metes
en mitad de la caravana, todavía con el dedo levantado y con una sonrisa en la
cara, como si Mickey Mouse hubiera venido a felicitarte en persona en tu quinto
cumpleaños.
Las máquinas rugen como una mandada de fieras, no te lo
crees, que música celestial producen esos motores.
De repente un golpeteo suena
en tu ventana, no haces caso, pero se repite, tu padre está golpeando el
cristal “Venga, sube atrás que nos vamos ya”, se acabó el viaje, pero en
cualquier momento tendrás otra ocasión para subirte en el coche mientras
esperas y volver a salir de viaje a donde el motor de la imaginación te lleve.
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