miércoles, mayo 10, 2006

Vampiro




La niebla era espesa, el aire frío, la calle desierta, la luz brillaba por su ausencia y sus tacones eran el único ruido en la ciudad. Inconsciente andaba por aquellas calles vacías, corredores oscuros y húmedos. Agazapado en una esquina, hambriento y derrotado empezó a saborear su olor cuando a ella todavía le faltaban unos metros para llegar a la travesía. Era ella, sólo con su olor, solía recorrer las calles como si fuera el fantasma de Molly Malone y él la observaba, como amaba la noche, como en aquella casa de rejas infranqueables, nada más comenzar el silencio del sueño, ella abría los ojos y salía a pasear, como si algo la llamara. A veces le asaltaba la duda, quizá esa misteriosa joven fuera una condenada, como él, pero su olor decía que estaba tan llena de vida como los niños que juguetean con burbujas de jabón a las tres de la tarde en las entradas de sus casas. Antes de condenarla a ser su compañera durante el resto de la eternidad o hasta que una estaca les separe, averiguaría donde iba cada noche, esta vez no se escaparía.

El polisón rojo se meneaba de lado a lado con gracia, su paso era seguro y su respiración acompasada, no temía nada, la niebla la protegía más que ocultarle los peligros, y con cada toque de tacón en el suelo una pantalla protectora surgía a su alrededor, le notaba cerca, como todas las noches, pero no le asustaba, esta noche no se escondería, no esperaría verle pasar para continuar su camino, era hora de conocer a aquella figura de la noche, que sin duda era una criatura sin alma. Atravesó la ciudad sin prisa pero sin pausa, sin mirar por si un carruaje la interceptaba, no había carruajes aquellas horas y si los había no deseaban ser vistos, por lo tanto ella no los vería.

En la niebla se quedaba impreso su olor, el olor metálico de su sangre y el olor a lirios de su cama, que maravilloso habría sido tocarla entonces, llamarla por su nombre, abrazarla y hacerla dormir, pero en sus brazos morirá y después volverá a la vida, entonces ella será eterna, tan eterna como él. Mimetizado en la oscuridad, como un camaleón en la jungla, observaba su cuello, no era un cúmulo de venas y arterias, era un ser completo, de piel marmórea y mejillas de melocotón, la luna se reflejaba en los rizos del moño, que parecían iluminar toda la calle, ella era la única luz que necesitaba para caminar sin tropiezos. Lirios, lirios, lirios, eternamente un lirio.

Dobló la esquina y seis o siete pasos a delante se paró en seco, le miró a los ojos y él se sorprendió, atravesó la reja de entrada al cementerio y él la siguió de cerca, no se escondía, ella sabía que estaba allí y no había rechazado su presencia, entre calles, y tumbas él tuvo la necesidad de asirle la mano y preguntarle a donde iban, pero no quería que ella volviera a marcharse, ni ella ni sus labios carmesí.

Se tumbó sobre la tumba y suspiró.

- cómo echo de menos tus abrazos- dijo ella, todavía echada sobre la tumba- he decidido no reunirme contigo jamás, sé que te prometí que pronto iría contigo, pero no quiero ir, jamás, jamás, jamás.- Se levantó quedándose sentada sobre la lápida y le tendió la mano- acércate y él se acercó.
- ¿quién es?- preguntó de forma casi inaudible.
- Es mi esposo, murió hace un año- justo el tiempo que llevaba persiguiéndola- tifus.
- ¿Le amabas?
- Casi tanto como a ti- le miró a los ojos, El Condenado no entendía nada.
- No puedes…
- No puedo… haberme dado cuenta de que me perseguías cada noche y aún así no te has alimentado de mi, como tampoco puedo haberte visto cada anochecer desde mi ventana, esperando frente a la reja con esos ojos al brillo de plata, como tampoco sé que cuando vuelvo de hacerle mi visita a mi marido, sin que tú lo sepas, en dos ocasiones has logrado franquear la reja, el muro, la ventana y morderme entre el raso de mis sábanas, pero lo que definitivamente no sé es porqué no me has mordido por tercera vez.
- Serás eterna- se sentó a su lado y devolvió un rizo rebelde a su sitio.
- Seré tuya eternamente, nunca te irás.

Descubrió su cuello y lo acarició con la yema de los dedos, su yugular palpitaba para él, sólo para él, casi parecía pronunciar su nombre y él se acercó con algo de miedo, notó su olor a lirios y el metálico olor de su sangre, la sujetó por la cintura y la atrajo hacía si, sólo notaría su calor una vez, sólo una vez. Empezó besando tiernamente el cuello y finalmente mordió y ella emitió un profundo suspiro. Murió, renació y fue eterna.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Yo ya perdi mi alma. No puedo ofrecersela a nadie, tan solo puedo quitarla... como el protagonista. La soledad parece ser un potente catalizador para el amor como demuestra tu relato, aveces no importa que sacrifiquemos por el mero hecho de alcanzar algo de felicidad. Como siempre, tu relato es profundo y sincero. Sigue escribiendo para arrojar algo de luz a las tinieblas.