jueves, septiembre 27, 2007

Despedida...

Llegó un punto en el que ella me abrazaba a mi, yo no a ella, en el que los "te quiero" sólo salian de su boca y yo me limitaba a sonreir. Durante un timpo ninguno de los dos se dio cuenta de aquello, viviamos bien en aquella felicidad inventada, en aquella monotonía. Llegué a la conclusión de que no es el amor lo que atonta, es la tranquilidad, al menos cuando estas enamorado estas siempre alerta.

- Creo que quiero dejarlo- le dije un día, mientras veíamos la tele.
- Y yo creo que tus bromas no tienen gracia- y se apoyó en mi hombro.
- No es una broma- la obligué a mirarme para que fuera consciente de la magnitud de mis palabras.
- Pero... ¿por qué?- me abrazó.
- No sé- volví la vista a la tele- creo que ya no sentimos nada el uno por el otro.
- ¿Cómo? Yo...- pregó su nariz a mi cuello- yo te quiero.
- Ya, y yo a ti, pero...
- ¿Pero qué?- apretó las uñas- ¿me quieres pero ya no me amas? ¿vas a soltarme ese cliché? ¿Tantas ganas tienes de echarle un polvo a otra?
-¡Joder!- la abracé yo- no es eso, no hay otras... es que... no sé como explicarlo.
- Es la monotonía cariño, nos hemos acomodado mucho ¿qué tal si hacemos un viaje?
- lo hacemos si quieres, pero no creo que cambie nada.
- Pues tu me dirás- salió disparada a la otra punta del sofá- tendremos que luchar un poco ¿o vamos a tirar todos estos años por la borda porque a ti no te apetezca hacer nada?

La miré buscando en ella algo que me atara, miles de recuerdos me vinieron a la mente, pero era el pasado, no eran más que sentimientos que ya no existían. Cuanto quise quererla en ese instante y no pude, porque para esto no vale con querer.

- Si es que...-me encogí de hombros- ¿luchar para volver a aquí? si fueramos viejos y sólo nos tuvieramos el uno al otro y la alternativa fueran los viajes del inserso, no te habría dicho nada, pero somos jóvenes y ni siquiera hay niños a los que traumatizar.
- ¿Estas hablando en serio?- se alejó más de mi a pesar de que ya no quedaba más sofá.
- Si, hace rato.
- Pero... ¿por qué?

Me acerqué, la besé levemente, le cogí las manos y la miré a los ojos.

- Cariño, ya no tengo miedo a perderte.

Me besó, lo comprendió y se acabó.

Por la mañana, cuando bajaba las maletas me miró desde el último escalón y dijo:

- En realidad es duro, no me duele, se ve que estaba igual que tu y yo no tenía miedo a perderte, fijate que te he perdido y no me apetece buscarte- reimos.

Claro que es doloroso volver a empezar, pero era más doloroso que me diera igual estar con ella que estar solo.

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