lunes, enero 21, 2008

Viajes en autobús

Todos los días lo mismo, línea once o línea dieciocho, el chico que pide allí sentado, con sus muletas, sus manos deformadas y su perro color crema, hace mucho tiempo que no me pide un cigarro...

Hace sol, pero está el ambiente triste, dos señoras hablan de las pillerías de una de sus vecinas y se suben al siete, entonces me fijo en la que será mi compañera de viaje, una chica morena, aparentemente afectada, llorosa, pienso que no tiene porqué ser nada, estará resfriada.
Después de diez minutos y con los huevos en la garganta (siempre voy predispuesta a llegar tarde a arte y que Maria del Mar me mire mal) llega en 18, no me gusta, suele ir demasiado lleno, pero al once todavía le faltan algunos minutos. Me siento junto a la chica anteriormente citada, debe tener mi edad y sigue con la misma cara de angustia, frente a mi se sienta una mujer grande, rubia, me recuerda un poco a la novia de mi tio, también está como llorosa. Miro a mi alrededor y es como si un gas se hubiera esparcido por todo el vehículo, caras largas, ojos enrojecidos, parece el autobús de la tristeza.
Mi compañera de viaje se suena la nariz después de un rato sorbiendose los mocos, entonces definitivamente está resfriada, la señora que se sentaba frente a mi a cambiado de lugar, y ahora está frente a la otra chica, el señor que no podía respirar por la nariz que se sentaba a su lado se ha bajado en las Almadravillas, me daba un poco de reparo, el pobre roncaba despierto, la boca le tapaba los orificios de la nariz, pero el señor que ha llegado después también era un poema, tenía la mandíbula inferior visiblemente deformada y los dientes de abajo le sobresalian un poco por el lado izquierdo de la boca. La señora se muerde el labio inferior, como si le doliera algo, me daban ganas de repartir abrazos, que alegría de viaje...

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