sábado, marzo 27, 2010

Aceptación

Es extraño como cada persona acepta la muerte de forma diferente, en muchas ocasiones he dicho que yo tengo una gran capacidad para afrontar este desagradable hecho y que mi particular forma de no sentirme afligida nace del contacto indirecto pero frecuente desde los seis años, cuando murió mi abuelo Manuel, pero reflexionando un poco es posible que esta peculiaridad en mi persona venga desde mucho antes. De esto último me di cuenta estando en el cementerio, hace aproximadamente una semana, cuando ante la tumba de mi Papa Paco (abuelo materno) mi madre contó como reaccioné ante su muerte.
Al Papa Paco sólo lo conozco por lo que me han contado, ya que sólo convivimos durante los primeros dos años de mi vida (Casi exactos, yo nací en Octubre y el murió en Noviembre) y cuando vino a morir, no sé de qué, por cierto, yo no sabía ni esas historia, creo que a esa edad sólo sabía que me daban terror las gallinas que había en el cortijo, que el Papa Paco iba en silla de ruedas, que me daba miedo cada vez que hablaba y que aquellas aceitunas  sólo le gustaban a él y a mi. Cuando mi padre llegó con la noticia de su fallecimiento y me la comunicaron: "El Papa Paco se ha ido al cielo" (¿Cómo le dices a una niña de dos años que su abuelo se ha muerto?) inmediatamente y para sorpresa de todos yo debí pensar que si el Papa no podía andar... "Se ha ido en un caballo blanco" y sonreí, desde entonces, cuando pensaba en mi abuelo materno lo hacía con alegría, porque andaba por el cielo subido a lomos de un maravilloso caballo brillante y blanco como el Rey de aquellas tierras y a pesar de que ya no creo en esas cosas cuando pienso en mi Papa Paco le sigo viendo así, porque mi único recurdo vivido de él es aquel que yo me inventé. Cuatro años después mi abuelo Manuel falleció, este hecho fue más traumático, yo ya tenía seis años y había visto a mi abuelo ir desfalleciendo poco a poco a causa de un cáncer de pulmón, quizá por el tabaco, quizá por los años de trabajo en la fragua, también me dio tiempo a cogerle cariño y como tampoco era muy alto no me sentía intimidada por él (El Papa Paco, a pesar de estar siempre sentado era un señor enorme). Recuerdo a mi padre, dolorido y con los ojos brillantes de lágrimas y a mi hermano a su lado, compungido: "El abuelo Manuel se ha muerto" esta vez si lloré y le contagié la lágrima a mi hermano y le pregunté "¿Por qué lloras, es que tú no lo sabías?" "Si- contestó- pero me lo has pegado" me sequé las lágrimas, me sorbí los mocos y dije muy resuelta "El Papa Paco ya tiene quien le ponga las herraduras al caballo blanco"

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