miércoles, diciembre 07, 2011

Un buen día (parte 1)

En cada respiración sus fosas nasales se colmaban de ese empalagoso hedor a sangre que impregnaba el aire, mientras los disparos y las explosiones le martilleaban incesantemente sus ya maltrechos oídos. Una docena de cuerpos sin vida yacían inmóviles a su alrededor, y otros tantos moribundos gemían y se retorcían de tal modo que hacían parecer la muerte el menor de sus problemas. Ya debería estar acostumbrado a aquello, diez años sufriendo los amargos horrores de la guerra hacían de un hombre alguien rudo, con el coraje y la fuerza de voluntad suficientes para seguir luchando aún cuando sus compañeros iban cayendo por centenas bajo el fuego enemigo. Pero no eran compañeros, eran sus hombres los que estaban muriendo, y lo hacían por nada; o al menos nada que él pudiese entender.

Eso era exactamente lo que le corroía las entrañas, y cebado por el odio y la rabia era incapaz de pensar con claridad. Todo por las ansias de gloria de un comandante estúpido que no quiso ver lo que estaba plantado delante de sus narices. No pudo desobedecer la orden directa de un superior, aun sabiendo cual serían las consecuencias, y ahora se sentía impotente sin saber como sacar a sus hombres de aquella matanza. La culpa recaía sobre sus hombros con tal fuerza que le costaba la misma vida continuar en pie.

-¡Maldita sea teniente! no podemos seguir avanzando -una voz jadeante interrumpió sus fútiles pensamientos- ¡Hemos perdido más de la mitad de nuestros jodidos hombres en tan solo cincuenta metros!

Conocía pocos soldados que, como Arrieta, hablaran tan descortésmente a un superior, pero aquello era precisamente lo que más agradecía de aquel veterano sargento. Siempre sincero, tan directo como una flecha dirigiéndose a su objetivo, soltaba las verdades sin tapujos ni eufemismos. Quizás por aquella razón aún seguía siendo sargento, durante lustros condenado a estar bajo las órdenes de muchachos que aún gateaban cuando él ya luchaba en el campo de batalla. Le gustaba tenerlo a su lado.

-¿Cuantos más necesitamos? -sabía la respuesta a aquella pregunta, pero necesitaba tiempo para pensar.

Arrieta asomó su enjuto rostro por encima del pequeño montículo de arena que los ocultaba de sus enemigos. No tuvo que pensárselo demasiado, él también conocía la respuesta.

-Al menos doscientos señor -sus palabras quedaron suspendidas en un quedo murmullo mientras volvía a ocultarse- Quizás ciento cincuenta, aunque desde aquí no sabría decirle con seguridad.

Ni doscientos ni ciento cincuenta, dudaba que pudiesen avanzar ni ochenta miserables metros con aquella torre aniquilando a todo lo que se movía. Decenas de pensamientos se agolpaban en su cabeza, pero ninguno que le ayudara a resolver aquel intrincado rompecabezas en el que se había metido de lleno... y a sus hombres con él. De todos modos se había dado por vencido, esta vez ni su prodigiosa mente ni sus más que avalados conocimientos militares servirían de nada, pensó con sorna mientras inclinaba una de sus comisuras en un intento de sonrisa amarga. Un milagro era lo que necesitaban.

Un tenue rugido sonó encima de sus cabezas. Una avión de reconocimiento hacía su ronda a unos quince mil pies de altura, a salvo de los misiles tierra-aire, obteniendo cientos de datos sobre la superficie que más tarde utilizaría inteligencia para planear sus movimientos. Era una útil herramienta, aunque se necesitaba un control total del espacio aéreo para poder realizar aquellas maniobras con la seguridad requerida. Nada nuevo, de todos modos el bombardeo quedaba descartado ¿Qué demonios hacían allí? Ese era el pensamiento más recurrente. Nada de ideas, nada de milagros.

CONTINUARÁ...

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